Sueña, desentierra, nos regala
luz en piedras,
otra vida,
compasión.
domingo, 26 de octubre de 2014
Consecuencia
Sigue en la carne tumefacta, somnolienta, hinchada de pus, envuelta en plástico y en imágenes borrosas de Jasenovac o cualquier otro infierno que alguien imagine. Una herida invisible que fermenta en la mano sobre el corazón ausente, en las mareas que acarician la garganta y los bronquios, iluminando el cielo de la boca sobre el alambre de púas y el Modé Aní en voz baja, clavándolo en el pecho, los túneles bajo la piel tensa y la jauría de voces allí donde duelen los clavos y el óxido, cada miembro amputado y enterrado entre las hojas secas, a la vista de los niños en el horno.
lunes, 20 de octubre de 2014
Contagio
Dormir. Despertar. Doler. Volver a dormir. Volver
a despertar. Volver a doler. Corrientes submarinas
atravesando el cuerpo hasta el hueso o la pared
blanca. Recordarlas. Nombrarlas en silencio,
lamiéndolas a martillazos lentos en la frente. Sombras
en el llanto de uno cuando nadie quiere y a nadie
le importa. Los síntomas: fiebre que no es fiebre
pero que quema como queman la culpa
y el ácido, manchas envenenadas en la piel, asfixia,
diarrea, miedo, miedo a todo —niños de dientes
afilados; la amistad, el compromiso
y la impronta; la vida domesticada, dócil,
aquí y ahora; el futuro, después de nada—,
una incapacidad creciente para caminar en línea
recta, para afrontar los días sin mentir, para hablar
en lenguas y respirar en círculos. Empapar
las sábanas y la luz cuando se enciende, el ruido
del extractor en la cocina. Caminar sobre los insultos
que llegan desde cualquier habitación contigua o
desde la yegüa despanzurrada en la carretera que
bordea el bosque de coníferas o desde
las manos borrachas de saliva y cementerio. Caminar
siguiendo peces de plata y cabellos humanos, el rastro
de sueños que respiran, el hambre a medianoche,
las voces que gritan dentro de uno peleándose
por lo correcto, por un sorbo de agua, por un minuto
más soportando el peso del mundo con los ojos
hartos. Sentir en ese preciso momento cómo
el sexo se rompe sobre un vientre gemido
de estrellas. Sentirlo a golpes sucios, con imágenes
residuales en las que los píxeles escupen, sin orden,
embestidas coléricas de cuerpos contra cuerpos
dentro de cuerpos hinchados de más cuerpos, manchas
ásperas en las que otros cuerpos decapitan otros
cuerpos, el drama de la fe rodando por el suelo
polvoriento. Sentir como se sienten las venas llenas
de alcohol, de consignas blandas y vacías sobre la
importancia de una rutina, de neones que recuerdan
nuestras fronteras mentales, sentir como se siente
la tierra de nadie, los tumores en las confidencias,
la purpurina del sábado como síntoma inequívoco de
felicidad, la boca llena de orín como la muestra
de amor más grande jamás soñada, volver a empezar
ahora que el sueño muerde y arranca la carne
y el látex.
a despertar. Volver a doler. Corrientes submarinas
atravesando el cuerpo hasta el hueso o la pared
blanca. Recordarlas. Nombrarlas en silencio,
lamiéndolas a martillazos lentos en la frente. Sombras
en el llanto de uno cuando nadie quiere y a nadie
le importa. Los síntomas: fiebre que no es fiebre
pero que quema como queman la culpa
y el ácido, manchas envenenadas en la piel, asfixia,
diarrea, miedo, miedo a todo —niños de dientes
afilados; la amistad, el compromiso
y la impronta; la vida domesticada, dócil,
aquí y ahora; el futuro, después de nada—,
una incapacidad creciente para caminar en línea
recta, para afrontar los días sin mentir, para hablar
en lenguas y respirar en círculos. Empapar
las sábanas y la luz cuando se enciende, el ruido
del extractor en la cocina. Caminar sobre los insultos
que llegan desde cualquier habitación contigua o
desde la yegüa despanzurrada en la carretera que
bordea el bosque de coníferas o desde
las manos borrachas de saliva y cementerio. Caminar
siguiendo peces de plata y cabellos humanos, el rastro
de sueños que respiran, el hambre a medianoche,
las voces que gritan dentro de uno peleándose
por lo correcto, por un sorbo de agua, por un minuto
más soportando el peso del mundo con los ojos
hartos. Sentir en ese preciso momento cómo
el sexo se rompe sobre un vientre gemido
de estrellas. Sentirlo a golpes sucios, con imágenes
residuales en las que los píxeles escupen, sin orden,
embestidas coléricas de cuerpos contra cuerpos
dentro de cuerpos hinchados de más cuerpos, manchas
ásperas en las que otros cuerpos decapitan otros
cuerpos, el drama de la fe rodando por el suelo
polvoriento. Sentir como se sienten las venas llenas
de alcohol, de consignas blandas y vacías sobre la
importancia de una rutina, de neones que recuerdan
nuestras fronteras mentales, sentir como se siente
la tierra de nadie, los tumores en las confidencias,
la purpurina del sábado como síntoma inequívoco de
felicidad, la boca llena de orín como la muestra
de amor más grande jamás soñada, volver a empezar
ahora que el sueño muerde y arranca la carne
y el látex.
sábado, 18 de octubre de 2014
jueves, 16 de octubre de 2014
miércoles, 15 de octubre de 2014
Aquí y ahora
Escenas de cacería en el bosque de Rumbula. Formamos —mi hermana, sus padres y hermanos, sus hijos y amigos, cada buen vecino en esta ciudad pequeña— parte del mismo lecho manso de carne y grasa, de la misma tierra fértil y ahora vencida y agria, de la misma ira del hombre entre los árboles y la piedra sin pulir.
La humedad caerá lentamente sobre nosotros, nudos que antes nos amábamos. El invierno cortará hilos de luz voraz en las costillas de mi hermana, oraciones y susurros que desaparecerán antes del verano en tormentas de sueño y hierba, moscas humeantes en la piel mordida.
La humedad caerá lentamente sobre nosotros, nudos que antes nos amábamos. El invierno cortará hilos de luz voraz en las costillas de mi hermana, oraciones y susurros que desaparecerán antes del verano en tormentas de sueño y hierba, moscas humeantes en la piel mordida.
domingo, 12 de octubre de 2014
viernes, 10 de octubre de 2014
miércoles, 8 de octubre de 2014
Eran dragones
Angustia trepando la garganta a martillazos. Angustia atrapada en un relámpago de oro en el cielo de la boca, con las palabras fundiéndose como cuerpos en el horno crematorio. Angustia por las princesas que muerden llorosas en las fiestas,
felices de ignorar
las costuras de mi espalda, guarida de
ladrones y asesinos.
felices de ignorar
las costuras de mi espalda, guarida de
ladrones y asesinos.
martes, 7 de octubre de 2014
domingo, 5 de octubre de 2014
sábado, 4 de octubre de 2014
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