Nuestros vecinos nos enterraron en el bosque, ocuparon nuestras casas, araron nuestros campos y bebieron nuestro amor por Dios, comieron de nuestros animales, mearon y cagaron,
vaciándose como nunca antes,
sobre nuestra sangre y nuestras voces, los hijos y las madres, las vidas, las cenizas después del incendio.