Mirlo escarba en la tierra,
en el ombligo de la niña que estalla
en llanto púrpura,
eternamente salado.
La piel de los codos, la mañana
de gloria, el olor
a amoníaco. La pausa
y el exilio.
Mirlo aletea en el corazón,
el sufrimiento ante el recorrido
natural
de las muertes.